Tantos comentarios, tantos capítulos y aquí estoy, dando vueltas al último, el LXXIV, tan importante. Quiero que me salga bien… Leo, releo, en el primer párrafo, que las vidas humanas no son eternas y la de don Quijote tampoco. Que ningún humano tiene ese privilegio del cielo y don Alonso no puede detener su “acabamiento”. Que muere de la melancolía del vencido o de una calentura de seis días, no se sabe… Le visitan el cura, el bachiller y el barbero. Sancho Panza no es una visita sino una presencia continua, al pie de su cabecera. Me voy al título, lo casca todo: cae malo, hace testamento y muere. Ya, en el capítulo anterior, pide al ama y a la sobrina que lo lleven al lecho…
Y yo sigo atascada, no me vendría mal la ayuda de alguno de esos secundarios que me visitaron en tantas ocasiones. ¡Eh! ¡A mí los personajillos! ¿Hay alguien ahí?
La pantalla bailotea y no obedece al ratón. ¡Quieta! ¿Quién está ahí?
-Saludo a vuestra merced, mujer amanuense. Yo le contaré el capítulo. Puedo hacerlo, con éste y con otros anteriores…Yo estaba allí. Soy:..
-¿El médico? ¿La sobrina? ¿Aquel “mozo de campo y plaza” del que nunca más se supo?
-No, no soy humano. Formé parte, eso sí, de un ser vivo. Cervantes me concede el don de la palabra, al final del capítulo; aunque luego comete la grosería de colocarme en una espetera, junto a las cacerolas.
Soy de “pato, cisne, cuervo o pavo” y han de darme frecuentes cortes, para mantenerme afilada. Con la ayuda de un líquido negro, escribo mejor que su infernal y luminosa maquinita. Péñola o cálamo me llamaban.
Soy la pluma del señor Cervantes. En realidad, soy una entre las muchas que tuvo en sus manos, raspando el papel de trapo, mientras la tinta se vertía dócilmente, dando vida a tantos personajes.
Les cuento. Don Quijote está apesadumbrado y sus amigos creen que la causa es su vencimiento y el no cumplido desencanto de Dulcinea. Procuran alegrarle y Sansón le anima a levantarse, para iniciar la vida pastoril, con unos buenos perros guardianes que ha comprado. El bachiller socarrón se las da de poeta y dice haber compuesto una égloga mejor que las de Sannazaro.
Cuadro de Ana Queral."Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante"
Don Quijote ruega que le dejen dormir un poco. Duerme más de seis horas, despierta y proclama, a grandes voces, la divina misericordia, a pesar de los humanos pecados. La sobrina le pregunta por eso que dice de pecados y misericordias. Don Quijote le responde que ya tiene el juicio “libre y claro”, sin las sombras de la ignorancia que sobre él pusieron su “amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías”. ¿Ignorancia? ¿Amarga leyenda? ¿Detestables libros de caballerías? ¿Qué ha pasado? ¿Qué prodigio es esto?
Antonia no ha de buscarlos, que ya están aquí los tres. Don Quijote los recibe pidiendo albricias porque ya no es don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano el Bueno. Su metamorfosis es tal que ahora es enemigo de Amadís de Gaula y su linaje. Ahora le son odiosas sus historias, conoce su necedad y su peligro.
El trío oye esto y creen estar ante una nueva locura. Sansón le lleva la contraria. ¿Ahora que tenemos desencantada a Dulcinea? ¿Ahora que van a ser pastores? ¿Ermitaño?
Don Quijote les pide que se dejen de burlas, que se está muriendo. Han de traerle un confesor y un escribano. Todos se miran admirados. Si al principio dudan, después de oírle tantas cristianísimas y concertadísimas razones...No hay duda, está cuerdo.
El cura hace salir a la gente y lo confiesa. El bachiller vuelve con el escribano y con el fiel Sancho Panza que, al ver llorosas a las mujeres, comienza con los pucheros y los lagrimones.
Lágrimas."Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza , su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos"
El cura da fe de que Alonso Quijano el Bueno “verdaderamente” se muere y está cuerdo. Si lo dice un sacerdote…Los ojos de los llorones se desbordan porque tanto don Alonso Quijano como don Quijote fue querido por todos.
Entra el escribano y, tras el encabezamiento y las mandas para misas y oraciones, llega a las mandas que interesan.
" después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren"
Es su voluntad que no se le pidan cuentas a Sancho de los dineros de su señor. Que se cobre el sueldo y lo que quede, bien poco, sea para él. Y si estando loco le diera una ínsula, ahora como cuerdo le diera un reino. Y le pide perdón por haberle dado ocasión de ser contagiado de su locura, haciéndole creer que hubo caballeros andantes.
Esto es demasiado para Sancho. Le suplica que no se muera, que la mayor locura que puede hacer un hombre es dejarse morir “sin que nadie le mate”, sin otras manos matadoras que las de la melancolía. Le anima a levantarse de la cama, irse los dos de pastores y encontrarán desencantada a Dulcinea. Y no ha de preocuparse por ser vencido, con echarle la culpa al escudero es suficiente. Y, además, es condición normal de los caballeros derribar y ser derribados.
"cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana"
Sansón da la razón al buen Sancho, mas don Quijote no les deja seguir. No, no pueden tratarle como antes, ya no es el mismo, que “ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”. Fue loco, ahora es cuerdo; fue don Quijote, ahora es don Alonso Quijano el Bueno. Ahora, arrepentido y sincero, desea que vuelvan a estimarle como antes de su locura.
Pide al escribano que siga, sabe que tiene poco tiempo. Deja su hacienda a su sobrina, Antonia Quijana, la cual pagará al ama el salario debido y veinte ducados para un vestido. Y, si la muchacha quiere casarse, ha de hacerlo con hombre que no sepa qué cosas son libros de caballerías. Si lo hace perderá lo heredado, lo cual pasará a obras pías. No será fácil para Antonia cumplir este mandado, porque cualquiera, en esta aldea y sus alrededores, ha oído hablar de tales libracos, desde el humilde pastor al rico hacendado…
Suplica a sus albaceas, Sansón y el cura, que si conocen al autor de “Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha”, ´´ése que tanto daño hace a mi don Miguel, le pidan que le perdone. ¿Que le perdone? Sí, porque fue don Quijote el que le dio ocasión, al tal Avellaneda, de haber escrito tantos disparates. Sin don Quijote de verdad, no hubiera don Quijote falso. Bueno, pero no se disculpe su merced…
Cierra al testamento, se desmaya y se estira en la cama. Vive tres días en los que se desmaya a menudo. Anda la casa alborotada, pero la apenada sobrina come, el ama brinda con el mejor vino y Sancho se regocija. Templa la pena esto del heredar, que ya sabe el escudero lo que pasa con los duelos, bien acompañados de pan.
"con todo, comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena"
Llega su último día, recibe los sacramentos y mantiene la lucidez suficiente para seguir abominando de los libros de caballerías. Y muere, ay, muere mi don Quijote, cuyas aventuras yo alimenté con la tinta que fluye desde dentro de mí. Y no muere como un Amadís o un Palmerín, muere cristiana y sosegadamente, rodeado de su gente , que llora y se lamenta . Veo que a vuestra merced, mujer amanuense, se le escapa una lágrima. Lleva tiempo en esto, me hago cargo.
El cura pide al escribano, allí presente, que dé fe por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado don Quijote, ha muerto. Y lo hace para que evitar que otro autor, distinto a Cide Hamete Benengeli, lo resucite falsamente e invente falsas aventuras.
Al llegar a su fin el Ingenioso Hidalgo, mi don Miguel vuelve al principio. No quiso poner el nombre del lugar y fue para dar ocasión, a las villas y aldeas manchegas, a que se peleen por el honor de ser la cuna de don Quijote, como las ciudades griegas con Homero.
Hubo llantos, aunque no se ponen aquí. Y nuevos epitafios, como el de Sansón que le compuso uno, dedicado al que murió cuerdo y vivió loco. Lo suyo no son los versos, no.
Y ahora viene lo mío, porque Cide Hamete, ya sabéis quién, se dirige a mí y me coloca en una espetera, con un hilo de alambre.
"«Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre , ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía , adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte."
Me dice que viviré luengos siglos aquí, sin que me profanen los malandrines. Y me enseña lo que he de advertirles si llegan a mí, eso de “tate , tate folloncicos, de ninguno sea tocada”.
Ahora declaro que don Quijote nació sólo para mí. Él y yo somos “para en uno”. Que no se atreva el “escritor fingido y tordesillesco”, con su grosera pluma de avestruz. No es asunto de su escaso ingenio, le he de advertir que deje en paz los huesos de don Quijote y no se los lleve de paseo por Castilla la Vieja.
Y me dice mi señor que, con eso, cumpliré, con mi cristiano deber de aconsejar bien a quien mal me quiere. Y dice que él quedará satisfecho de haber cumplido su deseo, que no fue otro que hacer aborrecer a los hombres “las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías”.
La última palabra de este gran libro es “Vale”.
Un abrazo para todos de María Ángeles Merino.
Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/11/pues-ya-en-los-nidos-de-antano-no-hay.html