"Los azotes de Sancho", cuadro de Ana Queral.
"De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea"
Vencido, asendereado, pensativo y…muy alegre. Así va don Quijote en este capítulo tan próximo al final, el cuarto de la cuenta atrás. ¿Cómo puede ser eso? Triste por su derrota, alegre al considerar la “virtud”, la magia, de Sancho, capaz de resucitar a Altisidora, aunque algo incrédulo.
¿Y Sancho? Sancho no perdona aquellas camisas prometidas por la medio muerta , algo deterioradas; mas su Teresa hubiera puesto remedio, con su aguja y su habilidad de mujer pobre.
"No iba nada Sancho alegre, porque le entristecía ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de darle las camisas..."
Sancho se duele de haber practicado gratis su “virtud”. Y si a los médicos se les paga, incluso cuando matan y se limitan a firmar una orden para que el boticario prepare el letal potingue… Pero, para la curación ajena, él ha de sufrir bofetadas, pellizcos, pinchazos y azotes. El próximo “enfermo”, ha de pagar; que si el cielo le ha dado la “virtud” no es para que regale sus servicios. ¡Vaya con los poderes sobrenaturales del escudero! No cree, pero ha de sacar tajada.
Don Quijote, buen entendedor, comprende que le ha llegado el momento de soltar dinero y le da la razón. Muy mal ha hecho Altisidora en no pagarle con las camisas prometidas. Que aunque su virtud no le haya costado estudio alguno, más duelen las bofetadas y los pellizcos que los libros. Y le asegura que no le hubiera importado “pagar por los azotes del desencanto”, pero mira que si no hacen efecto por ser de pago...
Así que ahora probarán. El escudero puede poner un precio a los azotes y dárselos. A continuación puede cobrarse, pues lleva dineros de don Quijote, aquellos destinados a los gastos del camino. Aquel ventero de la primera parte indicó al caballero que había de llevarlos.
Al oír esto, ay, qué ojos más grandes tienes, Sancho, qué orejas más grandes tienes, lo menos un palmo. Cómo no, por supuesto, de buena gana, dígame vuestra merced la cantidad. Y se disculpa: mire que si me muestro interesado es por amor a mi Teresa, a mi Sanchico, a mi Sanchica. A ver, a ver, cuánto me va a dar por cada azote.
Don Quijote le responde que, que por merecer, merecería el tesoro de Venecia o las minas del Potosí, las antonomásicas riquezas. Así que es mejor que Sancho tase los zurriagazos. ¡Ay, qué cara te cuesta aquella mentira, Sanccho!
Veamos las cuentas sanchescas, despacito, que la que esto escribe es de letras. Son mil trescientos y tantos. Los cinco que se ya se ha dado entran en los tantos. Así que calcula el precio de los tres mil trescientos. Los tasa a cuartillo cada uno y echa la cuenta primero para los tres mil y luego con las trescientos. Los junta y le salen ochocientos veinticinco reales. Parece un galimatías pero lo ha hecho bien, bien y rápido, haciendo la conversión a medios reales y a reales. Y sabemos que Sancho no fue a escuela alguna...
"que vienen a hacer setenta y cinco reales, que juntándose a los setecientos y cincuenta son por todos ochocientos y veinte y cinco reales."
Los desfalcará, qué mal nos suena ese verbo. Vamos, que los separará de la bolsa de don Quijote y entrará triunfante en su casa, con sus reales y su buena zurra encima. El que quiera peces, truchas o lo que sea, que se moje…
"y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado, porque no se toman truchas... , y no digo más."
Tras la cuenta, don Quijote proclama las bondades del cascarrabias Sancho, ahora bendito y amable; al que eternamente quedará su amo agradecido y no digamos la encantada Dulcinea. Mas que diga ya cuándo va a cumplir con la penitencia y, si abrevia, ahí tiene cien reales más.
Sancho le contesta que, cuando llegue la noche, se abrirá las carnes.
Con ansia espera don Quijote a que anochezca y le parece que el día dura más que de costumbre. Tal vez el carro de Apolo haya tenido una avería.
"Llegó la noche, esperada de don Quijote con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo se habían quebrado y que el día se alargaba más de lo acostumbrado..."
Oscurece y entran en una amena arboleda, no muy desviada del camino. Se tienden tan a gusto sobre la hierba, tras descargar al rucio y al rocín. Tras cenar del repuesto, Sancho, con brío, se prepara un latiguillo con los correajes de su asno y se retira unos pasos de su amo.
Don Quijote lo ve tan decidido que teme un exceso de penitencia y le da unas pautas a seguir: los azotes espaciados para que no le falte el aliento. Y no ha de preocuparse por llevar la cuenta, que su piadoso amo los contará, con la ayuda de su rosario. El favor del cielo no fallará con tan buena intención.
"Y porque no pierdas por carta de más ni de menos , yo estaré desde aparte contando por este mi rosario los azotes que te dieres."
Sancho piensa darse de manera que, sin matarse, le duela. Se desnuda, comienza a darse con el cordel y don Quijote cuenta.
Siete, ocho, esto duele más de lo que pensaba. La burla es pesada y muy barata le está saliendo a este amo. Nada de a cuartillo, a medio real me lo ha de pagar.
Don Quijote acepta pagar el doble y le anima a no desmayar. Sancho hace que lluevan más azotes, pero el muy socarrón da en los árboles y no en las espaldas. Y suelta unos suspiros como si le arrancaran el alma.
El alma del caballero es tierna y no quiere que la imprudencia mate a su escudero. Este embustero ya ha pagado suficientemente sus dulcinescos embustes. Por su vida, que la medicina es demasiado áspera. Le dice que ya ha contado mil y que bastan por ahora.
Sancho no desea parar los “dolorosos” azotes, desea darse otros mil, así cualquiera. Don Quijote se aparta y le deja seguir, ya que se halla en tan buena disposición…
Así que vuelve a la tarea con tanto brío que descorteza muchos árboles.
"Volvió Sancho a su tarea con tanto denuedo , que ya había quitado las cortezas a muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba..."
Alza su voz lastimera y da un tremendo azote a un haya, al bíblico grito de “aquí morirás Sansón”. Don Quijote acude y le quita el látigo. Se acabó, no va a permitir que pierda la vida, tan necesaria para el sustento de su mujer e hijos. Que se espere Dulcinea, que él esperará a que Sancho se recupere. A lo que hemos llegado...
El escudero acepta y pide que le eche su herreruelo encima, no vaya a resfriarse. Don Quijote se queda en paños menores, que no en pelotas, para abrigarlo. Sancho duerme hasta que le despierta el sol.
"Hízolo así don Quijote y, quedándose en pelota , abrigó a Sancho, el cual se durmió hasta que le despertó el sol..."
Prosiguen los dos el camino y llegan a un mesón cercano, que como tal mesón es reconocido por el vencido caballero y no como castillo.
Ni cava honda, ni torre, ni rastrillos ni puente levadiza. Ni siquiera guadameciles, que era lo fino, sino sargas viejas con unas malas pinturas, representando el robo de Elena y la historia de Dido y Eneas. Y Don Quijote se fija en el detalle de que aquella Elena, risueña, no va de mala gana, a pesar de ir robada. Sin embargo, la hermosa Dido llora lágrimas como nueces.
"pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos."
El delirio caballeresco de don Quijote viaja ahora en el tiempo y lamenta la desdicha de tales señoras. Si él hubiera nacido en aquella época, ni Troya fuera abrasada ni Cartago destruida. Él hubiera matado a Paris y todo arreglado.
Sancho profetiza que, en un futuro no muy lejano, no habrá “bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero” donde no anden pintadas sus hazañas. Eso sí, querría que fueran pintados por mejores manos que éstas del mesón.
Don Quijote le da la razón y recuerda a un pintor de Úbeda, tan malo que, si pintaba un gallo, escribía debajo ”éste es un gallo”, no lo fueran a confundir con otro animal.
"un pintor que estaba en Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: «Lo que saliere»; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: «Este es gallo»"
Y hasta el tal Orbaneja de Úbeda nos ha llevado para arremeter, otra vez , contra el autor “deste nuevo don Quijote”, el cual “escribió lo que saliere”.
Pero, dejando aparte lo del apócrifo, pregunta a Sancho si piensa zurrarse otra vez, esta noche. Y si piensa hacerlo bajo techo o a cielo abierto.
Al escudero le da igual pero…mejor donde haya árboles, que ayudan, ya lo creo que ayudan.
Don Quijote le dice que nada de eso, que ha de esperar hasta llegar a la aldea, a la que llegarán “después de mañana”. Le echa un capote…ya vale el escarmiento.
Sancho responde que como quiera pero que él quisiera acabar pronto aquel negocio, sin que se enfríe, cuando el molino está picado y… cuatro refranes a continuación.
Por Dios, no más refranes, le ruega su amo. Habla a lo liso, sin imágenes refranescas. Sancho se disculpa, no sabe “decir razón sin refrán”; pero se enmendará, si puede…
La aldea está cerca, ay.
Un abrazo de María Ángeles Merino
Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/10/la-virtud-de-sancho.html